Tu ausencia.

Me afecta. Eso ya lo sabia, no es nuevo. Pero aun no me había atrevido a escribir sobre ello. Aun me duele, créeme que así es. No hay día que no te recuerde. No pasa un día sin que te añore. No hay día que no te llore. Puede ser por dentro, en silencio o por fuera aunque intente contenerlo. Cada día noto tu ausencia en algo. Sé que muchos no lo entienden y jamás lo harán. Ellos no han vivido lo que yo. No te conocieron como lo hice yo. ¡Añoro tantas cosas!

Te añoro cada noche cuando me acuesto. Añoro acariciarte la cabeza y rascarte la barbilla. Añoro tus preciosos ojos mirándome mientras te hablo. Añoro tu cabeza apoyada en mi pecho y tu respiración tranquila.

Ya no siento tu calora mi lado cada noche. Ya no acaricio tu cabeza ni tengo tu barbilla. Ya no veo tus ojos mirándome atentamente. Ya no apoyas tu cabeza en mi pecho. Ya no respiras.

No siempre te hice todo el caso que debía. Quisiste avisarme y no me di cuenta. Estaba tan ocupada, tan llena de cosas, tan atareada… que descuide lo más importante. Ahora me lleno de cosas. Pero… ¿de que sirve llenar mi tiempo sino lleno tu hueco? Paso horas dando vueltas en la cama tratando de atraer al sueño. Y no llega. Hasta hace poco no he entendido el porque. ¡Sabes que siempre fui muy despistada! Hasta hace poco no he visto, o no he querido ver, que lo que me falta eres tú. Puedo abrazar peluches, cojines o almohadas pero es inútil. Sin tu calor y tu respiración no puedo conciliar sueño alguno.

Una parte de mi ha muerto contigo. Hoy hace 9 meses y 5 días. Y aun no se que es más doloroso. Modificar mi rutina que antes giraba en torno a ti o seguir notando ese vacio en cada rincón de la casa. Tal vez no debí abrir la caja. Seguramente hubiese sido mejor no ver tu cuerpo. Frio y quieto. Tú que tanta vida y tanto calor irradiabas. Tal vez no debí hacerlo.